LA ÚLTIMA NOVEDAD EN EL FRENTE

AUTOR, E.M. Remarque
CINEASTA, Malte Grunert

Diálogos con la Claqueta

E.M. REMARQUE (1898-1970)…

Yo sospecho que cualquier novela de guerra emprende un retorno a la raíz de nuestras literaturas. Permítame explicárselo de esta manera, doña Claqueta: cualquier belicismo revisitado por la ficción alude a la tradición de una épica primigenia donde la muerte en combate era recreada sin paradigmas y sin modelos retóricos. En consecuencia, diríase que de entre todos los géneros analizados en estas charlas —siempre abrumadoras por culpa suya—, son los relatos beligerantes los que mejor ilustran el tema que tanto nos inquieta, a saber, el de la escritura narrada, quise decir, el de la caligrafía oral, esto es,el de la lectura leída ante nuestros ojos… Al novelar los episodios de un conflicto, la realidad histórica parece exigirles a los escritores explorar nuevas fórmulas narrativas, tal y como sucede con el alemán Erich María Remarque (1898-1970) donde las descripciones de lo asombroso y los heroísmos verbales evocan las epopeyas de nuestros libros fundacionales.

Entremos, pues, en materia… A casi un siglo de distancia, si algo nos enseña Sin novedad en el frente (1929) es que tanto la escritura como el estudio entran en crisis durante cualquier conflagración. Detrás de su memoria de recluta en la I Guerra Mundial, E.M. Remarque nos recuerda que los libros siempre serán las primeras víctimas de los disparos: “un botón reluciente [del uniforme] es más importante que cuatro tomos de Schopenhauer…”, nos dice Paul Baümer, el personaje nuclear. Al estallar las hostilidades, y porque la vida parece haber perdido su capacidad lectora, la sintaxis comenzará a dar palos de ciego, deambulará entre las tentaciones de un realismo por demás recalcitrante y la urgencia de recuperar el espesor poético de cada palabra desplegada. A ello se debe esa prosa de carácter ambiguo en un libro donde todo es estructura dual y composición ambivalente; en efecto, aquí las atrocidades están envueltas de tonos filosóficos, por ejemplo, y la transcripción de la crueldad abre paso al lirismo, además, mientras el registro de diario íntimo se ve matizado por el horror existencial, y etcétera. Dicho sea como de paso, en el marco de tales vaivenes narrativos se descifra el anhelo de hacer triunfar la experimentación verbal sobre la literalidad de las escaramuzas, lo cual provoca, entre otras cosas, que Remarque abra la puerta hacia un nuevo patetismo, el de aprender a sembrar belleza entre la crueldad de la refriega.

Cautivo de la ambigüedad narrativa antes reseñada, el personaje central —alter ego del autor, por cierto— no sabe administrar con eficacia los signos escriturales de su propio relato. De hecho, la letra y la palabra carecen de fuerza simbólica en los cuarteles y trincheras: aquí los certificados no interesan a nadie, las revistas son ignoradas y las postales nunca llegarán a su destino, y ni qué decir del superfluo portaplumas o del innecesario pisapapeles, de los tinteros en desuso, de los periódicos vacíos de novedades, de los lápices muertos de aburrimiento, de las estanterías abandonadas o del cartero Himmelstoss ajeno a la memoria de su vieja profesión. “Qué inútil debe ser todo lo que se ha escrito […] cuando todavía es posible una cosa así”, nos confirma Paul Baümer, y, sin embargo, justo cuando creíamos que Sin novedad en el frente ha sido construida mediante inocuos arrebatos de textualidad, cuando casi concluíamos que Remarque nos ha heredado una falsa cinescritura, llega el inesperado clímax con la muerte del tipógrafo. Allí, en ese cráter de bombas infinitas, en una charca inundada de sangre y desamparo, la guerra se mira cara a cara, y entonces Paul vuelve a ser Paul porque el enemigo muerto no sólo tiene nombre y apellido, Gérard Duval, sino, por caligráfica añadidura, es un alma hecha de tintas y linotipos. El gran tema del libro es, pues, la resurrección de la escritura entre los adarves y las bayonetas.

LA ADAPTACIÓN DE Milestone, 1930, y la escritura negada…

Pasemos rápido a comentar los diversos trasvases cinematográficos de la obra de E.M. Remarque. El de Lewis Milestone destaca gracias a los dos óscares recibidos así como a la fecha de su estreno, en 1930 —saque las cuentas, apremiante Claqueta, ¡apenas un año después de aparecida la novela!—. En el blanco y negro de sus fotogramas hay libros abandonados y pizarrones de escrituras negadas; asimismo, el episodio aquí comentado con más detenimiento deja en silencio el oficio de aquel tipógrafo-combatiente. Por su parte, y casi medio siglo después, el tecnicolor de la cinta dirigida por Delbert Mann en 1979 construye asimismo un paisaje de repisas estériles y de infructuosas portadas antes de evocar el fatal encuentro en el cráter; por lo demás, el director americano tampoco parará mientes en el nombre del soldado francés, hijo casi natural de los teclados, especialista en fuentes y renglones, ¿cómo decirlo?, erudito de las composiciones, de los cuadratines y tipómetros.

Será, pues, hasta el remake de Malte Grunert en 2022 que podremos apreciarlo todo con claridad. Allí, en los planos secuencia de una adaptación que quiso ser historicista desde la lengua alemana, conoceremos la fuerza metafórica de dos rivales enfrentados en ese paréntesis hecho de tierra, quise decir, en una de las tantas cicatrices del campo de batalla. Alegoría de un mundo que sale del tiempo en las llagas geográficas de su propia devastación, con gran elocuencia audiovisual Grunert da universalidad a tantas cosas: al miedo de Paul frente al enemigo, a su exabrupto de fraternidad ante la muerte, y, sobre todo y desde luego, al oficio de “tipógrafo” transcrito en la gran pantalla. Gracias a la figura de dos soldados escriturales, es en ese minuto eterno donde la guerra deja de ser anónima y donde todos recuperamos un rostro —usted y yo desde nuestras butacas tanto como los personajes de la fábula, ¿no es cierto, señora Claqueta?—. Dicho de otro modo, gracias a Paul Baümer y a Gérard Duval por fin somos caligrafías capaces de dar vigencia a un libro cuya recreación fílmica nos exige reinventar la lectura de las epopeyas…, y acaso también la escritura de las esperanzas.