LOS TEXTOS DE CABECERA EN «EL PACIENTE INGLÉS»

AUTOR, Michael Ondaatje
CINEASTA, Anthony Minghella

Diálogos con la Claqueta

Las exploraciones literarias anuncian tantas cosas… Presagian nuevas sensibilidades, preludian lectores insólitos, además, y acaso también advierten la necedad de seguir novelando el destino mediante fórmulas prestablecidas. Las ficciones experimentales revelan que los tópicos literarios no deben celebrar nunca su canónico retorno, sino, por el contrario, festejar su contradictoria inscripción en una historia de amor como la que leemos en El paciente inglés (1992), del canadiense Michael Ondaatje —autor originario de Sri Lanka, de gentilicio esrilanqués, como usted sabe…, ¿y cómo dice que le va, querida Claqueta?—. Su desafiante fragmentación exige del activo concurso de nuestros suspiros, esto es, nos obliga a ensamblar dos enamoramientos paralelos, ambos sinceros por contradictorios, ambos conmovedores por laberínticos, y, asimismo, ambos tan humanos por azarosos. Al entregarle al lector la responsabilidad de dar coherencia emocional a los episodios, la evolución del tópico amoroso resulta muy original, es más, diríase que Ondaatje lo confirma por el lado equivocado del espejo, o que lo ratifica al ponerlo en entredicho.

MICHAEL ONDAATJE, escritor a contracorriente…

No, en Ondaatje no hay besos trillados ni caricias preconcebidas, sino transgresión constante en el fárrago escritural de los afectos. Por inesperada añadidura, gracias a El paciente inglés entendemos que toda ficción romántica que no se arriesgue hoy a los tanteos verbales o a los vaivenes sintácticos se afilia en los olvidos venideros, esto es, se inscribe de antemano en el tedioso recuento de los abrazos sin consecuencia. Asimismo, los mil viceversas de su narración narrada tanto como las incontables circunvoluciones de su lectura leída, todo eso acerca muchísimo la obra a nuestros análisis sobre la escritura convertida en personaje de ficción, ¿o me equivoco? Valga, pues, entrar pronto en materia y señalar aquí que el enigmático conde Almásy (húngaro de mil lenguas y geógrafo de mil quemaduras), Katharine (su infiel enamorada), Hana (la enfermera canadiense), Kip (el zapador de la India), así como el difuso personaje de David Caravaggio, todos viven agazapados detrás de alguna realidad textual o escondidos en los zulos de algún hecho literario. Para salir de sus escondrijos existenciales se leerán entre ellos, se redactarán ante nosotros, se prestarán las citas de sus autores favoritos, y, lo que es más, incluso han de transcribirse con las caligrafías cruzadas que pasan por sus manos en nuestras manos.

Desde el rostro calcinado del conde, el tiempo enfermo de una guerra mundial restituye a los personajes su identidad primigenia en tanto que contadores de historias. Basta que un libro haya sobrevivido en alguna de las ruinosas bibliotecas del relato para recordarles los verbos más innegociables de la condición humana: imaginar mundos nuevos, recrear tiempos ajenos, y, sobremanera, soñar los lenguajes de un destino diferente. Por si fuera poco, el llagado cuerpo del conde Almásy nos informa que nadie como los moribundos para narrar el amor en sentido contrario a la literatura convencional —perdón por este criticismo tan sentimental, severa Claqueta, pero en el interior de Onaadtje amar es fragmentarse, es historiar la vida de los seres queridos, es idealizar el pasado de quienes nos hemos enamorado…—.

Ahora bien, hablemos del diario personal del conde Almásy… Porque en dicho cuaderno ningún género está proscrito, se trata de un libro de libros donde todo es posible: allí Heródoto es una carta de amor, y los recortes de periódicos enlazan sus noticias a los poemas en otras lenguas, y el desierto africano se revela como nostalgia de juventud, y la cartografía es una ciencia que enseña a ocultar los sentimientos, y etcétera. Mientras leemos la lectura que Hana realiza de él, y mientras los personajes siguen escribiéndo(se) y leyéndo(se) ante nuestros ojos, no sólo descubrimos la identidad de El paciente inglés, sino que, además, legitimamos el adulterio de Katharine como materia digna de un relato así, polifónico y susurrante en un solo golpe de voz. Transformado en palimpsesto vital, el diario establece que, en la Italia devastada tanto como en la realidad más íntima de nuestra lectura, todos andamos en busca de un libro de cabecera, de un texto cuyas palabras nos asistan para explicar los tropiezos —a veces también las infidelidades— más trascendentales de eso que llamamos destino.

El conde Almásy/Ralph Fiennes: el texto de cabecera que buscamos…

Y porque en Ondaatje todos los personajes viven en dicha búsqueda verbal, entendemos también el desafío de adaptar novelas librescas a la pantalla. En sentido estricto, diríase que fue la propia fragmentación del libro la que allanó el trasvase fílmico de Anthony Minghella, pues en los fotogramas de “El paciente inglés” (1996) todo es elipsis, caracoleo de escenas y de lenguas y de tiempos y de países… Desde la primera imagen, con ese pincel de tinta roja perfilando las figuras humanas de “la cueva de los nadadores”, sabemos que la gramática visual del realizador británico quiso respetar la esencia del libro, y aunque la cinta evidencia alteraciones respecto al texto base, la lente nunca dejará de acercarse ni al diario ni a la biblioteca derruida en su afán de confirmarnos la trascendencia de la escritura en la historia. Asimismo, muy de rescatar son las lecturas de doble fondo en el acento de Hana/Juliette Binoche, la dramatización de las caligrafías que se (con)funden con otras caligrafías, la muerte del conde Almásy/Ralph Fiennes durante la extraña simultaneidad de la lectura escrita de Katharine/Kristin S. Thomas en el celuloide, o Kip/Naveen Andrews aprendiendo a puntuar su crítica contra el Imperio Británico desde las páginas recién aprendidas de Rudyard Kippling.

Hana/Juliette Binoche: las lecturas de doble fondo…

Nueve premios Óscar ganó la cinta de Minghella —tenía que ser, ¿verdad que sí, silente Claqueta: será que hoy la convencí en lo dicho?—. Sobre todo, su éxito de taquilla se fundamenta en haber sabido escenificar las luchas que todos sostenemos para encontrar un libro de cabecera, ese texto que refleje con integridad el triunfo de nuestro tiempo más individual sobre los procesos históricos que lo sacuden. Sí, y porque en nombre del amor los actores/personajes se han atrevido a desafiarlo todo, la Historia, una guerra mundial, aquel matrimonio mal avenido, el desierto y aun las escrituras tradicionales, la cinta permanecerá como un clásico del fin de siglo, estoy seguro…